“Vivencias sobre la COVID-19” de Laura Morado

La crisis de la COVID19 ha podido significar un cambio en la forma de hacer, de ser e incluso de sentir. Pero, una vez superada, no la crisis, puesto que esto solo ha empezado, si no la alarma y el pánico del principio, a lo desconocido, parece que todo no la hemos aprovechado como una oportunidad, sino más bien al contrario. Lo que podría haber servido como reflexión en muchos, por no decir todos, los ámbitos de la vida, ha servido para endurecer todo aquello que hacíamos mal o se podía mejorar. Al principio de la pandemia, cuando empezábamos a salir a aplaudir, se enviaban mensajes de fuerza, se ponían en marcha iniciativas de solidaridad, entre otras, se erizaba la piel, nos emocionábamos de ver cómo, aunque por algo negativo, cada persona sacaba lo mejor de sí. Tengo una amiga que me decía, esto no nos cambiara y por mucho que aplaudamos, volveremos a ser como éramos. Yo no quería compartir su opinión. Hoy en día, por desgracia, tengo que darle la razón. El ritmo de vida y de estrés vuelve a ser el mismo, las prioridades también, lo social y la salud vuelven a quedar en un segundo plano, la economía vuelve a estar en el ranking de lo más importante… Y no con ello quiero decir que lo económico no sea importante, si no que tal vez no debería ser lo más importante.

En un primer lugar hice un relato sobre cómo había vivido a nivel profesional la pandemia. Pero creo que hay personas que se merecen ser recordadas y más ante estas situaciones. En abril, durante el confinamiento, hice la historia de una persona del centro, con quien hablé en algunas ocasiones por teléfono. Me preguntaba a ver cuando íbamos a abrir: “cuando me den permiso”, le contestaba. Él me decía: “me va a matar estar aquí”. A lo que yo siempre le decía que no, que aguantara, que más pronto o más tarde íbamos a abrir y que cada día lo íbamos a ver, le llevábamos dibujos, hacía una media de 5 al día. Incluso le dije, en tono irónico-de broma, que cerrara la fábrica de pintura que no me daba la jornada para prepararle cuadernos.

Un día, su hija, nos comentó que le costaba cada vez más andar y que no tenia ganas. Le llevamos unos pedales y le llamé para decirle que tenía que hacer un poco cada día, aunque fuera mientras pintaba. Hablábamos con él a diario y también con su hija. Él nos preguntaba, casi a diario, cuándo íbamos a abrir y nos expresaba su agradecimiento con lo que hacíamos, pero que lo que él necesitaba era venir al centro, estar con los demás, seguir su rutina, vernos a todas… Nos pidió algunos números de teléfono, puesto que añoraba a algunos compañeros y quería saber de ellos.

Para mí, Pepe, nombre que utilicé en el anterior trabajo, era una persona muy especial y entre nosotros había un buen vínculo y un “feeling” muy especial. Vivía en el mismo pueblo que mi padre, y me preguntó si algún día iba a ir. Yo le expliqué que no, que mi padre es inmunodeficiente, de manera que prefería esperar y, por eso prefería no pasar por el pueblo. Pepe entendía la vida de otra manera a la forma en que yo, en ese momento la veía. Mientras yo me encontraba en un estado de pánico y miedo, él lo que quería era seguir con su día a día y estar con su grupo, con la gente que quería, a parte de su familia.

Una de las complicaciones, para mí, era lidiar entre el pensamiento de personas como Pepe, lo que puedo llegar a entender y la importancia que tenía en ese momento no sobrecargar el sistema. Sistema que en Baleares no se ha desbordado, por suerte, y de momento. También ha rondado otro pensamiento o idea, no el miedo a la muerte, si no miedo a cómo morir y si se iban a respetar o no las últimas voluntades.

Día 7 de mayo recibí un WhatsApp de una compañera, una auxiliar, que vive en el mismo pueblo. Era un audio. Me decía, llorando, que Pepe había muerto. Escuché el audio estando en la cama y mi reacción fue dejar el móvil y tumbarme, sin dormirme de nuevo. Estaba en blanco, no me lo podía creer, no entendía porqué ni cómo. Sentía rabia, impotencia, por no saber qué estaba haciendo, si mis decisiones eran las correctas, si había otra alternativa.

“Llama a Laura y pregúntale cuándo va a abrir”. “A mi no me va a matar el coronavirus, a mi me va a matar no ir al centro”.

 

(Relato de Laura Morado para la I Convocatoria de Relatos en primera persona sobre el coronavirus en el ámbito de los cuidados de la Fundación Pilares)

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