mpezamos el año 2020 muy bien. Pero el Covid-19 lo estropeó todo. Es muy posible que ocurriera de otra manera, pero leo una noticia, resaltada como rara, contándonos como un octogenario dejó su fortuna al fallecer a la joven cajera de un supermercado.
Posiblemente lo tenía pensado hace tiempo, pero durante el confinamiento lo maduró y quiso actuar sin pérdida de tiempo. El hecho de ser amable, sonreír y llamar por su nombre al señor mayor, tuvo esta inesperada recompensa para la joven empleada.
Hace años leí también otra noticia, relacionada también con una persona mayor, que estaba triste y meditabunda sentada en el banco de un parque. Se le acercó un transeúnte y se interesó por su estado emocional. Todo era muy simple, le dijo. Vivía en un pueblecito de Badajoz, allí conocía a todo el pueblo. Al quedar viudo, su hijo lo trajo a Sabadell, allí se encontró solo. Su hijo y nuera se iban a trabajar muy pronto, al amanecer y volvían al anochecer. Se quedaba sin compañía, comía solo y por no conocer, no conocía ni a los vecinos de aquel edificio de diez pisos. En su pueblo hablaba todos los días con todos los vecinos, y eso era enriquecedor.
Las dos historias tienen un denominador común.
Nos falta comunicación.
Nunca habíamos tenido tantos medios para comunicarnos, y, sin embargo, cuán aislamos estamos.
No pretendo que ponga en su coche un móvil, ni en su casa internet y todos los medios actuales de contactos, sería suficiente intentar una mayor comunicación con los más cercanos.
Sí, empiece con su hijo, con su mujer o su marido hoy mismo, y les llame por su por su nombre de pila. Por si no lo sabía, la palabra más importante es nuestro propio nombre, aunque no tengamos uno de novela rosa. Diga su nombre, aunque se llame Emerenciano, o nos hayan puesto el del santo del día, Anacleto, o más comunes como Marta, Toño, Alfonso, Juanjo, María Ángeles, Ana, Gloria, Almudena, Pepe, o familiares como Piluchi.
Y, por favor, mirando a los ojos de frente y sonriendo al mismo tiempo. Después de esta experiencia, continúe con los compañeros de trabajo, con sus vecinos… y cuándo suba al autobús, sonría al conductor.
En un reciente cursillo de relaciones humanas, el experto nos comentó que al mismo tiempo que aplicábamos todas las técnicas del cursillo, fracasaríamos si no poníamos el ingrediente más importante al que llamó CARIÑÍN.
Cariñín es saludar con amabilidad, sonreír, escuchar, ayudar… pero con naturalidad. Que se note que sale de dentro, como lo hacía la cajera. No se puede fingir porque se nota.
Estas fórmulas las vengo practicando desde hace mucho tiempo, aunque cuesta mucho. Nadie me ha dejado su fortuna al morir, pero os puedo asegurar que enrique más que un saco de diamantes, o un premio de la primitiva. Que termine el año con buenas noticias, siendo solidarios. Y que este maldito “Pandemónium” desaparezca y no vuelva.
(Relato de Isidoro Martín Hernández para la I Convocatoria de Relatos en primera persona sobre el coronavirus en el ámbito de los cuidados de la Fundación Pilares.)