Unos días antes de que el Gobierno declarara el estado de alarma por el coronavirus, pensé que tenía que ir a la peluquería. Cuando me decidí a pedir cita, ya era tarde. Y hoy, después de tres meses, todavía no he podido ir.
En estos tres meses de confinamiento, me han pasado muchas cosas; si tuviera que valorar, sería en su mayoría en positivo.
En un principio, pensé que esto pasaría pronto y las aguas volverían a su cauce. Como vivo sola con mi gato, empecé a planteármelo como un descanso para ver y observar, quizás como una experiencia nueva.
Cuando pasaron unos días y me di cuenta de la dimensión que todo estaba tomando, me asusté un poco porque la pandemia suponía que no podría estar con mis hijos, mis nietas, la familia, los amigos, durante un tiempo. Tampoco podría salir de casa y muchas cosas que se amontonaban en mi cabeza. Lo segundo me afectó menos, pues tengo una casa grande con espacios amplios y me fui adaptando a estar entre estas paredes y, puesto que me gusta leer y escribir, pensé en aprovechar el tiempo y dedicarlo a leer libros que tenía pendientes y a la escritura. También pensé en hacer cosas en casa que tenía abandonadas como: arreglar armarios, ordenar fotos, hablar por teléfono con familia y amigos, y utilizar las redes sociales. Esto último me ha ayudado bastante.
En todo este tiempo no he tenido sensación de soledad. También es cierto que por las tardes, después de mi sesión de ejercicios, esperaba el momento de salir al balcón y acompañar a mis vecinos con aplausos, y de paso, charlar entre balcones, algo que no se hacía desde muchísimo tiempo atrás. Un día que subí a mi terraza, me impresionó mucho el aspecto de las calles y la ausencia de ruido. Sentí una sensación antigua, de cuando yo era pequeña: calles sin coches, vacías, silencios; murmullos de los vecinos y niños jugando en las terrazas, y tuve la sensación de que el mundo se había parado.
Sin embargo, sí que he experimentado la tristeza y he echado de menos. No hemos podido reunirnos para celebrar cumpleaños y otras fechas importantes de la familia, pero en la aceptación está todo y sobre todo en el amor, pensando que todo pasaría y volvería a reunirme con todos los que quiero.
He tenido mucho tiempo para reflexionar sobre cómo afrontar una pausa en nuestra vida cotidiana si no tenemos recursos. Y es aquí, donde puedo decir que me ha ayudado mucho el escuchar música, la lectura, compartir mis escritos en las redes sociales… y llevar una disciplina de horarios, que hacen que tu mente funcione mejor.
Para mí lo más pesado fue el primer mes de confinamiento: hubo un momento en el que noté que me faltaba el contacto con el exterior y que necesitaba salir, tomar el sol, respirar… Pero entonces, cuando empezaba a decaer, ocurrió un milagro, una especie de magia. Una mañana recibí una carta de París.
Cuando vi el remite, un tanto nerviosa, identifiqué un nombre conocido pero lejano. Destapé el sobre y había una carta con fotos, algunas de hace 60 años y otras mucho más antiguas de mi familia. La carta la firmaba un primo que conocí hace 54 años y con el que no había tenido desde entonces, ninguna relación. Me pedía retomar el contacto y ponernos sobre nuestra vida. Era todo tan mágico y sorprendente que pensé que a veces hay que dejar que las cosas sucedan y vivir el presente, valorando lo que tienes.
Como decía al principio de este texto, si tuviera que hacer una valoración del confinamiento, sin duda, sería positiva:
Me han llamado amigos y familiares con los que no me había relacionado en muchos años. He descubierto que en nuestra sociedad somos privilegiados, al disponer de medios para relacionarnos y que las distancias no sean un problema. En muchos momentos me sublevé, pensando en aquellas personas que estaban sufriendo y muriendo, y también en aquellas que estaban cuidando y curando. Pensaba “¿qué puedo hacer yo?”, y la única forma de tranquilizarme era escribiendo y pensando que pronto volvería a encontrarme de nuevo con todas las personas que considero valiosas: vecinos, familia, amigos. Porque todo llega.
Durante estos meses, he rescatado el tiempo de la contemplación, de observar que hay un cielo por encima de nosotros y nubes que nos acompañan en las tormentas; flores que nacen cada día; el río que pasa por mi pueblo, con sus aguas cada vez más limpias…
Ahora pienso en las familias que estaban juntas durante el confinamiento y no sé si hubiese sido mejor que estar sola, pues a la larga la compañía se agradece. Pero puedo decir que este tiempo ha sido un aprendizaje, lleno de momentos duros, bonitos, alegres, tristes… Y hoy salgo de aquí valorando más la vida y, por fin, tengo cita para ir a la peluquería.
(Relato de Menchu Lorenzo para la I Convocatoria de Relatos en primera persona sobre el coronavirus en el ámbito de los cuidados de la Fundación Pilares.)