“El mundo nos ha dado la espalda” de Carlota Martín-Borja Gallego

Una noche cualquiera, extraviada en el tiempo, la luna iluminaba la lucha de dos gatos en un tejado. Los maullidos ensordecían un pueblo entero, que estaba más vacío que nunca. Las casas, amuralladas, impedían cualquier acceso al exterior. Todas las habitaciones estaban acorazadas de cerraduras, infranqueables para cualquier atacante, salvo una, la mía.

Jamás cerraba la puerta de mi dormitorio después de las noches de películas de miedo, necesitaba escuchar la respiración de mis padres para sentirme a salvo. Sin embargo, la pelea de los dos felinos hizo que me sintiera insegura y, sin interrumpir mi descanso, me revestí con la sábana como armadura y abracé al escudo que me protegería de todo mal: mi almohada.

A la mañana siguiente, que podría ser perfectamente un veinte de junio, el pueblo entero despertó en un profundo suspiro. Comenzaría otro día más en el que volveríamos a perdernos el nacimiento de las flores o el crecimiento de nuestros nietos. La vida había cambiado, nos había apartado los proyectos y nos había privado del amor. Lo único que nos había decidido dejar eran los recuerdos, tatuados a fuego en el interior de nuestros pensamientos, las sonrisas pixeladas y las voces entrecortadas de medio mundo.

En cualquier otro momento, habríamos exigido una mejor definición de la imagen en las videollamadas o subtítulos que nos interpretaran las intenciones de esas voces. No obstante, ahora nadie querría olvidarse de la dulzura con la que está impregnada la voz de una madre peguntando por la salud a un hijo, de los llantos de alegría de un abuelo que ha descubierto que podrá ver a su nieta jugar cada día o del timbre que proyectan los «te quiero» en boca de una pareja que se está germinando.

Poco a poco, nos estamos mudando la camisa para ponernos en la piel del universo. Estamos liberando los mares de tensión, que ahora expanden sus olas sin pensar en las consecuencias. Estamos dotando de libertad a los animales que ahora inundan sin prisa las calles. Pero, sobre todo, estamos comprendiendo lo incómoda que es una jaula cuando te arrebatan los sueños.

El mundo está aprendiendo y, mientras tanto, los gatos, libres, seguirán jugando cada noche en los tejados.

(Relato de Carlota Martín-Borja Gallego para la I Convocatoria de Relatos en primera persona sobre el coronavirus en el ámbito de los cuidados de la Fundación Pilares.)

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